De Fotolog a Snapchat: así nacieron los 'Influencers'.
Hubo un tiempo en el que tus padres pensaban que cualquier tipo de interacción con un desconocido en redes sociales estaba predestinado a terminar contigo muerto en algún lado. Era aquel momento de la historia en la que en los chats solo pululaban personajes tenebrosos y en el que a tu madre jamás se le hubiera pasado por la cabeza abrirse una cuenta.
Fotolog, Myspace, Tuenti, Hi5... Todas ellas pasaron a mejor vida o cambiaron de forma radical su contenido y utilidad. Por todas pasaron aquellos que hoy tienen alrededor de 25 años o más. Los usuarios tuvieron que enfrentarse entonces a la comunicación, deseada o no, con desconocidos. Las horas que se empleaban en decorar el perfil con rudimentarios GIFs eran directamente proporcionales a la cantidad de gente que inmediatamente después quería pertenecer al selecto grupo de amigos.
Fotolog, Myspace, Tuenti, Hi5... Todas ellas pasaron a mejor vida o cambiaron de forma radical su contenido y utilidad. Por todas pasaron aquellos que hoy tienen alrededor de 25 años o más. Los usuarios tuvieron que enfrentarse entonces a la comunicación, deseada o no, con desconocidos. Las horas que se empleaban en decorar el perfil con rudimentarios GIFs eran directamente proporcionales a la cantidad de gente que inmediatamente después quería pertenecer al selecto grupo de amigos.
Porque sí, la que arrasó en los primeros años en los que las redes sociales ya eran algo fue Myspace; el resto convivieron, algunas llegaron después y todas fueron, finalmente, destronadas por Facebook.
La influencia en algunas chicas y chicos en aquella época fue tal que se convirtieron instantáneamente en iconos para toda una generación.
Cory Kennedy era menor de edad, (bastante) rica, hija de papá y no era guapa, pero imponía lo que las chicas con onda llevarían y sumaba una cantidad considerable de seguidores tanto en Fotolog como en Myspace. Por aquel entonces, las marcas todavía no enviaban sin control sus prendas o productos para obtener una reseña, por pequeña que fuera, a todas las chicas de la red. Ni siquiera existía la palabra influencer, pero Cory ya lo era.
A su lado siempre estaba The Cobra Snake, que se encargaba de llevar encima una cámara por las fiestas de moda en Nueva York o Los Ángeles para retratar a los allí presentes. Ni siquiera existían cámaras en los teléfonos: estos no eran inteligentes y mucho menos aplicaciones que permitieran subir las instantáneas en el momento en el que todo estaba ocurriendo. Hablamos del 2007 y, aunque parezca que fuera ayer, ya han pasado años (!). Para hacernos una idea, Apple lanzaba su primer iPod Classic y el primero de sus ya eternos iPhone, que tenía una cámara de dos megapíxeles.
Cory era acechada a menudo en cualquiera de las primitivas redes sociales en las que tuviera presencia en aquellos días. Sin embargo, hasta ella misma ha reconocido recientemente en una entrevista en Oyster que, a pesar de ser maravilloso el hecho de tener tantos seguidores y de seguir online en todas las plataformas populares, ya no siente lo mismo que al ser una pionera en tierras digitales. Y es que hemos llegado a un punto en el que saber que alguien ha comenzado a seguirte en Instagram al momento de que esto suceda está a años luz del cosquilleo en el estómago que suponía llegar a casa, encender el computador y ver todo un torrente de notificaciones que había que ir digiriendo una a una. Y, además, los comentarios provenían en ocasiones de auténticos desconocidos con los que mantenías un intercambio verbal y fluido de unos cuantos minutos. Ahora todo aquello ha cambiado.
Sin ánimo de parecer uno de esos odiosos personajes anclados en la nostalgia, lo cierto es que la interacción se reduce a aquellas personas con las que ya has hablado y a las que has conocido en el mundo 3D, sobre todo si hablamos de Facebook - Instagram, solo de momento, juega en otra liga-.
Por norma general y, a no ser que seas uno de esos predadores sexuales que tanto pululan por ahí, sigues a personas con las que has estudiado, convivido y/o trabajado. Ya sea en un curso de inglés, en el instituto o en tus prácticas de verano, a todos ellos sabrías adjudicarles un tono de voz. En Instagram solo tienes que añadir a las marcas que han decidido que eres un usuario a tener en cuenta. Es decir, no conectas con personas afines simplemente por el hecho de serlo, no agregas a alguien porque tenga un look cool, ni siquiera porque escuche la misma música que tú. Eso es parte de la frescura de las primeras redes sociales.
Así que en 2015 las redes sociales, sin tener en cuenta la locura que ahora mismo es Snapchat, se han convertido en redes, a secas. Redes de amistad, redes de trabajo o redes de formación, pero el adjetivo social queda muy atrás. Ya no hacemos amigos, ni siquiera conocemos a otras personas a través de ellas. Es el encanto de lo mainstream: tu actriz favorita tendrá una cuenta y tú podrás escribirle un mensaje; tu madre también. Ya no existe ese pequeño gozo que suponía pertenecer al club, tan pequeño y selecto, que la gente miraba desconfiaba y definía como reunión de 'frikis'. Ni siquiera hace falta un computador; ahora todos llevamos el smartphone en el bolsillo. Y, por todos, queremos decir absolutamente todos.
.Cory Kennedy era menor de edad, (bastante) rica, hija de papá y no era guapa, pero imponía lo que las chicas con onda llevarían y sumaba una cantidad considerable de seguidores tanto en Fotolog como en Myspace. Por aquel entonces, las marcas todavía no enviaban sin control sus prendas o productos para obtener una reseña, por pequeña que fuera, a todas las chicas de la red. Ni siquiera existía la palabra influencer, pero Cory ya lo era.
A su lado siempre estaba The Cobra Snake, que se encargaba de llevar encima una cámara por las fiestas de moda en Nueva York o Los Ángeles para retratar a los allí presentes. Ni siquiera existían cámaras en los teléfonos: estos no eran inteligentes y mucho menos aplicaciones que permitieran subir las instantáneas en el momento en el que todo estaba ocurriendo. Hablamos del 2007 y, aunque parezca que fuera ayer, ya han pasado años (!). Para hacernos una idea, Apple lanzaba su primer iPod Classic y el primero de sus ya eternos iPhone, que tenía una cámara de dos megapíxeles.
Cory era acechada a menudo en cualquiera de las primitivas redes sociales en las que tuviera presencia en aquellos días. Sin embargo, hasta ella misma ha reconocido recientemente en una entrevista en Oyster que, a pesar de ser maravilloso el hecho de tener tantos seguidores y de seguir online en todas las plataformas populares, ya no siente lo mismo que al ser una pionera en tierras digitales. Y es que hemos llegado a un punto en el que saber que alguien ha comenzado a seguirte en Instagram al momento de que esto suceda está a años luz del cosquilleo en el estómago que suponía llegar a casa, encender el computador y ver todo un torrente de notificaciones que había que ir digiriendo una a una. Y, además, los comentarios provenían en ocasiones de auténticos desconocidos con los que mantenías un intercambio verbal y fluido de unos cuantos minutos. Ahora todo aquello ha cambiado.
Sin ánimo de parecer uno de esos odiosos personajes anclados en la nostalgia, lo cierto es que la interacción se reduce a aquellas personas con las que ya has hablado y a las que has conocido en el mundo 3D, sobre todo si hablamos de Facebook - Instagram, solo de momento, juega en otra liga-.
Por norma general y, a no ser que seas uno de esos predadores sexuales que tanto pululan por ahí, sigues a personas con las que has estudiado, convivido y/o trabajado. Ya sea en un curso de inglés, en el instituto o en tus prácticas de verano, a todos ellos sabrías adjudicarles un tono de voz. En Instagram solo tienes que añadir a las marcas que han decidido que eres un usuario a tener en cuenta. Es decir, no conectas con personas afines simplemente por el hecho de serlo, no agregas a alguien porque tenga un look cool, ni siquiera porque escuche la misma música que tú. Eso es parte de la frescura de las primeras redes sociales.
Así que en 2015 las redes sociales, sin tener en cuenta la locura que ahora mismo es Snapchat, se han convertido en redes, a secas. Redes de amistad, redes de trabajo o redes de formación, pero el adjetivo social queda muy atrás. Ya no hacemos amigos, ni siquiera conocemos a otras personas a través de ellas. Es el encanto de lo mainstream: tu actriz favorita tendrá una cuenta y tú podrás escribirle un mensaje; tu madre también. Ya no existe ese pequeño gozo que suponía pertenecer al club, tan pequeño y selecto, que la gente miraba desconfiaba y definía como reunión de 'frikis'. Ni siquiera hace falta un computador; ahora todos llevamos el smartphone en el bolsillo. Y, por todos, queremos decir absolutamente todos.